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La playa en blanco y negro – Betina Goransky & Sergio Gaut vel Hartman
Todos los días, el portal Noticiasdiaxdia publica una microficción extraída de los blogs del Grupo Heliconia.
30.05.2014 14:51 |
Noticias DiaxDia |
Alina caminaba por la playa oscura entre destellos de luces que chispeaban intermitentes en los edificios cercanos. No sentía miedo y la soledad apenas le pesaba en el alma, tal vez porque esa soledad venía de afuera, era ajena a ella. Estaba triste, sin embargo, y todavía no lograba determinar las razones por las cuales se había embarcado en ese loco viaje, tan lejos de su hogar y sus afectos. ¿Por qué sola? ¿Por qué a un país tan remoto? La distancia es un ruido fuerte y seco, reflexionó. Giró la cabeza hacia la rambla y vio algunas sombras difusas recortadas contra la luz de las farolas, caminando sin prisa, en contraste con las ráfagas mecánicas de los automóviles que pasaban a toda velocidad por la avenida. Antes de caminar hacia la orilla, apreció una vez más la belleza de los edificios, pintados en todos los tonos pastel imaginable: suaves amarillos, tenues verdes, azules sutiles y esfumados. Luego, sin pensarlo de nuevo, dirigió sus pasos hacia el mar.
Salomón había iniciado la diaria rutina. Desde hacía quince años, todo el tiempo vivido en la calle como vagabundo, se bañaba cuidadosamente cada noche, usando una botella de agua mineral cortada al medio. Vagabundo, pero también limpio, se dijo, con una sonrisa interior. Sin embargo, cuando levantó la vista para elegir el punto de la pequeña cascada de agua dulce que venía vaya a saber de dónde —nunca se lo había preguntado, solo era su ducha nocturna—, y miró el pequeño túnel de donde provenía el agua que aliviaba su cuerpo, sintió un dejo de felicidad al percibir algo extraño en el aire, un olor, un sabor desconocido. Y no tardó en divisar a la muchacha que caminaba sin apuro al encuentro del océano. Vaya, pensó Salomón, ¡cuánto hace que no estoy con una mujer! Dejó que el agua corriera por su cuerpo, produciendo sensaciones placenteras en la piel tersa y morena. A pesar de los sesenta y ocho años que pesaban sobre él, los músculos seguían siendo duros y la energía no lo había abandonado. Volvió a levantar la vista para comprobar si la mujer aún estaba en la playa y la vio inmóvil, como hipnotizada frente a las orlas de espuma que iban y venían, resistiendo el tirón de la marea. Parecía rodeada de luz blanca, por lo que Salomón se refregó los ojos con los puños, ahora limpios, libres de arena. Era cierto que había tomado demasiada cerveza, incapaz de resistir la invitación de Xavier, pero no estaba viendo visiones, de todos modos. Se rascó la cabeza, invitando a los recuerdos de otros tiempos, cuando él mismo era uno de los capitanes de la arena que Amado retrató en su libro inmortal. ¿Qué más daba si las cervezas habían sido cinco o seis? La muchacha era material, corpórea, y no parecía temerle a la gran masa de agua que preparaba sus fauces para tragarla. Arrojó el resto de agua de la media botella sobre su espalda y suspiró.
Entretanto, Alina se deslizaba, tranquila, ajena a las miradas y las reflexiones de Salomón. Sus pensamientos iban en otra dirección. ¿Por qué vine a este lugar? Probablemente escuché una voz invisible que me llamaba. ¿Es eso posible? ¿Acaso el mar me reclama? Varias veces en su corta vida había experimentado visiones confusas, para las que no tenía explicación alguna, aunque la perturbaban, a la vez que las sentía tan de ella. ¿Pertenecían a otra vida? ¿O llegaban desde su futuro? Fuera lo uno o lo otro, siempre le dejaban un sabor a rareza, un poco de angustia y también algo de alegría. Levantó la vista y dejó de mirarse los pies, festoneados de espuma, y por primera vez vio al negro alto que se confundía con las sombras. El hombre era apenas un encaje de brillos que delataba el agua cayendo con desparpajo por su cuerpo, que se movía como impulsado por un ritmo secreto. Alina lo vio compenetrado en su tarea y sonrió interiormente. La mano alzada sobre la cabeza dejaba caer el líquido del improvisado duchador, mientras que con la otra se masajeaba la piel. ¿Qué pensará?, se preguntó la mujer. En ese mismo momento, el hombre alzó la vista y por un instante las miradas se encontraron. La de él era potente, profunda, un poco triste, quizá. La de ella fluctuaba entre la inquietud y el temor.
¿Quién es? Salomón se dejó deslumbrar por la luz emanada por el vestido blanco que, cuando la ola se deshacía en millones de trazos de espuma, se esfumaba en una nada inexplicable. ¿Acaso Iemanjá regresa a su hogar luego de pasar una temporada en tierra firme? ¿O debo pensar que es una simple mortal dispuesta a cometer un disparate? Dejó que esos dos pensamientos lucharan en su mente y no oyó el penetrante sonido que venía del mar. Alina, en cambio, sí lo oyó, miró hacia un costado y sonrió, como si el gesto sirviera de explicación y excusa. ¿Es esto lo que quiero, lo que estaba buscando? Dio otro paso y las olas se abrieron, invitándola a entrar.
Es la diosa, ¡sí!, pensó Salomón. Iemanjá regresa a sus dominios. No debo sentir inquietud alguna. ¿Querrá Xavier invitarme otra cerveza? Oscuros como la noche, una nueva riada de pensamientos ocupó la mente del viejo negro. Y cuando volvió la vista hacia el lugar que un minuto antes ocupaba la muchacha, sólo vio el reflujo que arrastraba algunas latas, una corona de algas, un puñado de basura y el vestigio lunar de un millón de sueños incumplidos que él no supo o no quiso desentrañar.